La gente siempre espera cosas de ti, desde que naces hasta que mueres.
Esperan que tengas buenos modales, que seas inteligente, productivo… Siempre
esperan que satisfagas sus sueños de juventud no cumplidos o una oportunidad
para aprovecharse de tu éxito.
Eres obediente con tus padres y les haces caso cuando te dicen que te
apliques al máximo en los estudios. Pasas del colegio al instituto y después
eliges una buena carrera en la universidad, como la de abogado, aunque desde
pequeño habías querido ser veterinario, pero el amor por los animales no parece
importar a nadie más que el dinero que les puedes sacar a los niñatos
ricachones de tus clientes cada vez que se meten en líos. Te pasas los
siguientes diez años pagando tus créditos de estudiante mientras trabajas hasta
tarde en un prestigioso bufete en el que te consiguieron un oportuno enchufe.
Te casas con una atractiva mujer, tenéis una preciosa hija y siete años
después, a punto de cumplir unos maravillosos ocho años de matrimonio, te pide
el divorcio por dedicarle demasiado tiempo al trabajo. Tras meses de procesos
legales pierdes la custodia de tu hija y la casa cuya hipoteca aún sigues
pagando mientras tu ex mujer se acuesta con tu ex mejor amigo en tu ahora ex
cama.
¿Qué opciones te quedan? Seguir trabajando para pagar la pensión
alimenticia de tu amado angelito, ir a alguna tasca de mala muerte para ahogar
tus pensamientos en una botella de alcohol barato y marcharte dando tumbos a tu
nuevo piso de soltero en los barrios bajos de la ciudad. ¿Qué te encuentras al
volver a tu apacible hogar? Un montón de envoltorios de comida rápida
esparcidos por el suelo, botellas de cerveza, platos sucios y una extraña
sombra salida de la nada que te apuñala repetidas veces hasta que caes al suelo
muerto y con veintitrés nuevos agujeros en el cuerpo.
Oh, perdonad. ¿Pensabais que hablaba de mi vida? Claro, supongo que la
confusión es normal, aunque nada más lejos de la realidad. Yo soy la sombra que
acechaba en la oscuridad.
Supongo que querréis una explicación mejor. Bueno… pues retrocedamos un
poquito en el tiempo…
Mi nombre es Jack Williams —no, no soy pariente ni de Jack el destripador
ni del siempre gracioso Robin Williams, aunque lo de Jack debería investigarlo
por si acaso— y soy algo parecido a un asesino… bueno, quizás un asesino a
secas. Eso es, un asesino.
Seguro que llegados a este punto habréis pensado en que seguramente sea uno
de esos típicos tíos introvertidos, malo en los deportes, sin amigos en el
instituto, con montón de traumas sin tratar y un perturbado como pocas personas
sobre las que habéis oído hablar en vuestra vida, pero os equivocáis. Quizás…
lo de perturbado si entre en mi perfil, pero el resto está completamente
equivocado.
Siempre fui muy popular en mi época como estudiante. Buenas notas, capitán
del club de artes marciales, jugador de fútbol y rollo de una noche de gran
cantidad de animadoras con pocas neuronas. En realidad no hacía distinciones
entre animadoras, empollonas del club de ciencias o de debate e incluso alguna
rarita obsesionada con la poesía macabra de escritores muertos hacía un par de
siglos. También alguna que otra aspirante a futura bibliotecaria solterona…
pero sigamos con lo importante antes de que la nostalgia se apodere de mi y
hable de mi lista de conquistas.
¿Cómo alguien a quién le iba tan bien pudo convertirse en un cruel y
despiadado asesino con la sangre de veintitrés personas manchando sus manos?
Pues… ni puta idea, siempre fui así.
Para mí la necesidad de matar es como las ganas de comer para los demás. La
sentí por primera vez a los dieciséis años, aunque no maté por primera vez
hasta los dieciocho, cuando ese “hambre” se volvió incontrolable. Nunca
olvidaré aquel momento… fue el novio celoso de una chica muy mona de la
universidad. Me siguió una noche, después de que su novia y yo… me ahorraré esa
parte… ¿Por dónde iba? Ah, si… me siguió con la intención de matarme. ¿No es
irónico? Por suerte intentó llevar a cabo su plan con una pala en mano cerca de
los límites de la ciudad, por lo que me facilitó mucho el proceso de ocultación
del cuerpo.
Dejémoslo claro… el golpe de la cabeza fue accidental, en completa y justa defensa
propia debo insistir. El resto de golpes que acabaron con su vida ya es otra
cosa... ¿Qué queríais que hiciera? Ese imbécil había tratado de matarme, se lo
merecía… y mientras lo hacía estaba extasiado. Después de aquello volví a casa,
me duché, me cambié de ropa y más tarde quedé de nuevo con la chica mona de la
universidad. Y mientras su novio comenzaba a descomponerse en un agujero a tres
metros bajo tierra, yo me puse a excavar en otros agujeros. Seguro que ya me
entendéis, guiño-guiño ―guiñaría el ojo de verdad, pero estáis leyendo así que
no creo que os dierais cuenta―.
Aquel suceso hizo despertar algo dentro de mí. Esa “hambre” que os
mencionaba antes. Casi sin darme cuenta acudían a mí cientos de ideas sobre cómo
volver a repetir aquella escena y revivir la experiencia. Volver a revivir ese
sentimiento de completo placer que me produjo la muerte de aquel imbécil. Al
final comencé a hacer uso de mi extrovertido encanto natural para enterarme de
todo. Y cuando digo ‘todo’ es TODO. Alucinaríais con la cantidad de trapos
sucios que descubrí durante los siguientes meses… vaya si alucinaríais…
La cuestión es que tras un tiempo comencé a apuntar candidatos dignos de
formar parte de ‘El Club de los Jodidos Muertos’ ―ya lo sé… debería buscar un
nombre mejor… pero dudo que la productora vaya a enterarse de que he plagiado
un poco el nombre de su película, así que… ¿Qué importa? ―.
Mierda… con tanta palabrería mental acabo de darme cuenta de que estoy
embobado y mirando a la nada en la escena de un crimen que debería limpiar de
pruebas antes de que alguien pueda encontrarme aquí. Mejor seguimos más tarde,
¿vale? Os juro que todo esto tiene sentido, no es solo porque esté loco.
Nota mental: Dejar de quedarme embobado tras un asesinato y escribir esto
en alguna parte como había planeado.
Nota mental-2: Debo pasar por la tienda de vuelta a casa. Se han acabado
los huevos y la leche.
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