martes, 20 de marzo de 2018

Los extraños pensamientos de un asesino (Parte 1) (Relato/Historia)


La gente siempre espera cosas de ti, desde que naces hasta que mueres. Esperan que tengas buenos modales, que seas inteligente, productivo… Siempre esperan que satisfagas sus sueños de juventud no cumplidos o una oportunidad para aprovecharse de tu éxito.
Eres obediente con tus padres y les haces caso cuando te dicen que te apliques al máximo en los estudios. Pasas del colegio al instituto y después eliges una buena carrera en la universidad, como la de abogado, aunque desde pequeño habías querido ser veterinario, pero el amor por los animales no parece importar a nadie más que el dinero que les puedes sacar a los niñatos ricachones de tus clientes cada vez que se meten en líos. Te pasas los siguientes diez años pagando tus créditos de estudiante mientras trabajas hasta tarde en un prestigioso bufete en el que te consiguieron un oportuno enchufe.
Te casas con una atractiva mujer, tenéis una preciosa hija y siete años después, a punto de cumplir unos maravillosos ocho años de matrimonio, te pide el divorcio por dedicarle demasiado tiempo al trabajo. Tras meses de procesos legales pierdes la custodia de tu hija y la casa cuya hipoteca aún sigues pagando mientras tu ex mujer se acuesta con tu ex mejor amigo en tu ahora ex cama.
¿Qué opciones te quedan? Seguir trabajando para pagar la pensión alimenticia de tu amado angelito, ir a alguna tasca de mala muerte para ahogar tus pensamientos en una botella de alcohol barato y marcharte dando tumbos a tu nuevo piso de soltero en los barrios bajos de la ciudad. ¿Qué te encuentras al volver a tu apacible hogar? Un montón de envoltorios de comida rápida esparcidos por el suelo, botellas de cerveza, platos sucios y una extraña sombra salida de la nada que te apuñala repetidas veces hasta que caes al suelo muerto y con veintitrés nuevos agujeros en el cuerpo.

Oh, perdonad. ¿Pensabais que hablaba de mi vida? Claro, supongo que la confusión es normal, aunque nada más lejos de la realidad. Yo soy la sombra que acechaba en la oscuridad.
Supongo que querréis una explicación mejor. Bueno… pues retrocedamos un poquito en el tiempo…
Mi nombre es Jack Williams —no, no soy pariente ni de Jack el destripador ni del siempre gracioso Robin Williams, aunque lo de Jack debería investigarlo por si acaso— y soy algo parecido a un asesino… bueno, quizás un asesino a secas. Eso es, un asesino.
Seguro que llegados a este punto habréis pensado en que seguramente sea uno de esos típicos tíos introvertidos, malo en los deportes, sin amigos en el instituto, con montón de traumas sin tratar y un perturbado como pocas personas sobre las que habéis oído hablar en vuestra vida, pero os equivocáis. Quizás… lo de perturbado si entre en mi perfil, pero el resto está completamente equivocado.

Siempre fui muy popular en mi época como estudiante. Buenas notas, capitán del club de artes marciales, jugador de fútbol y rollo de una noche de gran cantidad de animadoras con pocas neuronas. En realidad no hacía distinciones entre animadoras, empollonas del club de ciencias o de debate e incluso alguna rarita obsesionada con la poesía macabra de escritores muertos hacía un par de siglos. También alguna que otra aspirante a futura bibliotecaria solterona… pero sigamos con lo importante antes de que la nostalgia se apodere de mi y hable de mi lista de conquistas.
¿Cómo alguien a quién le iba tan bien pudo convertirse en un cruel y despiadado asesino con la sangre de veintitrés personas manchando sus manos? Pues… ni puta idea, siempre fui así.
Para mí la necesidad de matar es como las ganas de comer para los demás. La sentí por primera vez a los dieciséis años, aunque no maté por primera vez hasta los dieciocho, cuando ese “hambre” se volvió incontrolable. Nunca olvidaré aquel momento… fue el novio celoso de una chica muy mona de la universidad. Me siguió una noche, después de que su novia y yo… me ahorraré esa parte… ¿Por dónde iba? Ah, si… me siguió con la intención de matarme. ¿No es irónico? Por suerte intentó llevar a cabo su plan con una pala en mano cerca de los límites de la ciudad, por lo que me facilitó mucho el proceso de ocultación del cuerpo.
Dejémoslo claro… el golpe de la cabeza fue accidental, en completa y justa defensa propia debo insistir. El resto de golpes que acabaron con su vida ya es otra cosa... ¿Qué queríais que hiciera? Ese imbécil había tratado de matarme, se lo merecía… y mientras lo hacía estaba extasiado. Después de aquello volví a casa, me duché, me cambié de ropa y más tarde quedé de nuevo con la chica mona de la universidad. Y mientras su novio comenzaba a descomponerse en un agujero a tres metros bajo tierra, yo me puse a excavar en otros agujeros. Seguro que ya me entendéis, guiño-guiño ―guiñaría el ojo de verdad, pero estáis leyendo así que no creo que os dierais cuenta―.
Aquel suceso hizo despertar algo dentro de mí. Esa “hambre” que os mencionaba antes. Casi sin darme cuenta acudían a mí cientos de ideas sobre cómo volver a repetir aquella escena y revivir la experiencia. Volver a revivir ese sentimiento de completo placer que me produjo la muerte de aquel imbécil. Al final comencé a hacer uso de mi extrovertido encanto natural para enterarme de todo. Y cuando digo ‘todo’ es TODO. Alucinaríais con la cantidad de trapos sucios que descubrí durante los siguientes meses… vaya si alucinaríais… 
La cuestión es que tras un tiempo comencé a apuntar candidatos dignos de formar parte de ‘El Club de los Jodidos Muertos’ ―ya lo sé… debería buscar un nombre mejor… pero dudo que la productora vaya a enterarse de que he plagiado un poco el nombre de su película, así que… ¿Qué importa? ―.

Mierda… con tanta palabrería mental acabo de darme cuenta de que estoy embobado y mirando a la nada en la escena de un crimen que debería limpiar de pruebas antes de que alguien pueda encontrarme aquí. Mejor seguimos más tarde, ¿vale? Os juro que todo esto tiene sentido, no es solo porque esté loco.

Nota mental: Dejar de quedarme embobado tras un asesinato y escribir esto en alguna parte como había planeado.

Nota mental-2: Debo pasar por la tienda de vuelta a casa. Se han acabado los huevos y la leche.



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